Eduardo Contreras
El Siglo
Una reliquia del fascismo casero, Pablo Rodríguez, tempranamente frustrado en su empeño de asesor civil de Pinochet, asomó la nariz el domingo en las páginas editoriales del diario golpista para proclamar, con más de 20 años de retraso, “ el ocaso de las ideologías ”. Cita al monárquico y franquista catalán Gonzalo Fernández de la Mora y Mon, apologista del autoritarismo más reaccionario, para anunciar el supuesto crepúsculo de las que llama “utopías embriagadoras” y condena lo que denomina “ el revanchismo histórico que envenena el alma “.
Lenguaje casi poético, si no fuera porque el redactor de la nota y los dueños del diario en que escribe son parte de los que sembraron de odio al país, abriendo camino a los que luego desataron la matanza más espantosa que recuerda la historia. Crímenes que el abogado del dictador justifica como “producto de una resistencia subversiva”. Lo curioso es que pocas líneas después el ex jefe de la banda terrorista “Patria y Libertad” afirma que, superado el pasado y reconociendo que Chile no es el mismo, “hoy es más importante mejorar la educación, la seguridad, la salud y el trabajo que discutir sobre la presencia del Estado”.
¿Y quién sino el Estado se podría preocupar de la educación, de la salud, del trabajo? ¿El Mercurio, LAN Chile, la Sofofa, los monopolios, los grupos económicos? Si tales asuntos están puestos a la orden del día es precisamente porque el modelo económico que han representado en Chile la dictadura, la derecha y los sectores que han controlado la Concertación, ha fracasado estrepitosamente.
Si para hacerse digerible al electorado la derecha debió maquillarse, ocultar su verdadero rostro, postular a un empresario “independiente” y atraer a su lado a los DC más cercanos al flanco reaccionario y golpista de ese partido, lo concreto es que lo que ha entrado en el ocaso no son las ideas ni las utopías. La que ha debido ocultarse para volver a La Moneda sin ayuda de los milicos es la propia derecha. Es suyo el ocaso. La derrota y el ocaso son de la política de los acuerdos de los bloques dominantes. El desvío del PS de su alianza histórica con el PC, que expresaba la unidad política de los trabajadores, hacia un pacto con una DC pluriclasista y ambigua.
Es el ocaso de los que llamaron a “entrar en la modernidad y dar vuelta la hoja del pasado” como el ex presidente Ricardo Lagos y los gestores Enrique Correa, Alejandro Foxley, Edgardo Boeninger o J.J. Bruner por nombrar sólo unos pocos. Otro ejemplo de lo que sostenemos es una entrevista de prensa a Genaro Arriagada, que no condenó el golpe el 73, y en la que sin miramientos se ofrece para cargos en el gobierno de Piñera sin que lo hayan llamado. No tuvo la suerte de Ravinet, flamante ministro de la derecha y hombre de negocios. El presidente de la DC, Latorre, dijo que su conducta no era traición, sino “inadecuada”. Versallesco.
La derrota es de la política blandengue en DDHH del actual gobierno, excluyente de las organizaciones históricas e incluyente de momios en las instituciones formales en esta materia, bajo la atenta mirada de una presidente cuya amplia popularidad sólo podría comprenderse como fruto de los medios de comunicación. La nominación en altos cargos de las FFAA de individuos al menos cuestionados por su participación en dictadura reafirman nuestro juicio. Anunciado ya el gabinete de gerentes y empresarios, rayada la cancha, la tarea de las tareas es la reagrupación de las fuerzas de izquierda en un proyecto anticapitalista. La recomposición de una alianza democrática y popular amplia. Se requiere un nuevo acuerdo no sólo para contener la nueva ofensiva reaccionaria, sino para superar el modelo actual y transformar la sociedad no bajo la orientación “liberal progresista” que algunos intentaron hace poco y que no es sino gatopardismo, si no para saltar los estrechos límites de hoy, romper los candados de la institucionalidad dictatorial y recuperar los años perdidos.
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